Cuerdas (C) | 2013 | Dirección: Pedro Solís Guión: Pedro Solís
En la pasada edición de los Goya, el
cortometraje Cuerdas, de Pedro Solís, se alzó con el galardón a mejor corto
de animación. Poco tardó en publicarse en webs como You Tube o Dailymotion,
convirtiéndose rápidamente en viral. Un exitazo gracias a su temática y a su
emotividad, capaz de sacarle la lágrima a cualquiera.
Es bonito y da pena, por lo tanto, es un
cortometraje excelente. Nos ha
jodido. Cuerdas tiene como protagonista a un niño que sufre parálisis
cerebral. ¿Cómo no va a dar pena? Me encanta emocionarme con el cine, pero si
hay algo que defiendo a capada y espada, es que yo no lloro gratis. Me ha
parecido un cortometraje repulsivo y horroroso. No se trata de falta de empatía,
lo que muestra Pedro Solís es tan gratuito que al final roza la caricatura.
Oscar Gold, el mítico gag de American Dad,
narraba la historia de un niño judío, en la Polonia de 1939, que padece
síndrome de down y su perro se muere de cáncer. Las ansias por hacer la
película más triste del mundo consiguen precisamente el efecto contrario. Al
final, Oscar Gold se convierte en una historia ridícula. Mención especial para
la escena del hospital:
-Con gran pesar debo decirles que su hijo es
retrasado mental.
-Oh, ¿qué significa eso doctor?
-Significa… que nunca será no retrasado.
La obviedad, esa pesadilla tan terrorífica…
Por si no fuese suficiente con la presentación de Cuerdas (eh niños, mirad
vuestro nuevo compañero, es una persona muy especial), el señor Solís se
encarga de recordarnos qué significa un niño con parálisis cerebral: no puede
moverse, tampoco hablar. Gracias, no me había dado cuenta. Si no me llegas a
decir que el niño judío retrasado nunca va a ser no retrasado, no lo sabría.
¡Qué emotivo! ¡Qué triste! Pero por si el cortometraje aún no nos había tocado
la fibra sensible, el guión nos regala una última perla, cargándose al
desdichado personaje. Lo que viene siendo el perro con cáncer de Oscar Gold. Es
precisamente en este punto final donde Cuerdas oscila entre el ridículo y el
llanto del espectador. Yo me decanto por lo primero.
Nos encontramos con uno de esos casos donde
se construye la casa por el tejado, donde primero se busca la lágrima fácil y
después se forma la historia y los personajes. Las intenciones se palpan
desde el primer minuto, la sutilidad y el poder sugestivo del lenguaje
cinematográfico desaparecen por completo para dar paso a sonrojantes escenas
donde solo falta un subtítulo que diga “AQUÍ DEBES LLORAR”. No voy a hablar de
aspectos técnicos, como el doblaje amateur y su pobre calidad. No es
necesariamente un obstáculo para contar una buena historia o un mensaje
interesante. Además, no todos cuentan con los presupuestos astronómicos de
Pixar.
Se suele decir que ser tan lacrimógeno no es necesariamente
malo. Una comedia tiene como objetivo hacerte reír, un drama lo inverso, ¿no? No
obstante, ¿es lo mismo el llanto que la risa? Para nada. Llorar es,
evidentemente, desagradable. Eso no significa que cualquier drama mínimamente
crudo deba ser evitado, pero por lo menos, uno espera obtener un mensaje de
concienciación, reflexiones, escenas que te dejen picueto. O una historia y
unos personajes menos pobres que los de Cuerdas. 10 minutos no dan para
mucho, pero tampoco para tan poco. Parece que el tema de la discapacidad solo
se puede mostrar mediante destinos fatales y lamentaciones. Su utilidad no va
más allá de sacar la lágrima fácil de forma banal y olvidable.
No me dio pena, es normal, tengo psicopatia.
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